Esta entrada la escribí en 2020, justo cuando la pandemia se sentía más fuerte desde este lado del charco.
En este momento, lo que necesito es estar en un lugar con mucha gente, apretaditos y sentir la vida, los olores y sentirme uno con ellos.
Dicen los que saben que nada volverá a ser igual, que cuando termine esta pandemia y sus estragos, el cierto “orden” económico y social se habrá batido y será irreconocible, como los huevos cuando se prepara un omelette. Pero eso ya lo sabemos, basta con que encendamos la televisión, que recorramos las redes sociales y dejarnos perder en el vórtice de aquello que no podemos cambiar, pero que es atractivo por su aparente utilidad.
Y en esto yace mi pregunta central. ¿Qué deberíamos estar haciendo ahora?, o, más bien, ¿cómo deberíamos estar actuando ante esta situación histórica?
Es inevitable y hasta sano preocuparnos, y en el preocuparse no existe la queja ni comparación desmedidas, sino aquel miedo que hace nido en nosotros y cuestiona lo que no reconoce, lo que es peligroso para el alma. Nos preocupan nuestros padres, familiares cercanos y la fragilidad de la condición humana. Covid-19 es una disrupción enorme de la actividad moderna y un acelerador masivo (en tecnología, reformas sociales, etc.): se sabe que la secuela de un evento trágico son los muchos más matrimonios, más divorcios y más embarazos.
Dicen los que saben que, en frente a esta crisis, la respuesta de los individuos tienden a ser dos: 1) mantener la disciplina y preservar más que nunca los hábitos que nos hemos creado para nosotros y no dejar que esto toque la esencia de nuestra productividad. 2) Desarmar los esquemas y los andamios mentales que nos hemos impuesto y apreciar lo que tenemos, olvidando completamente la rutina diaria, pues es posible que mañana ya no estamos aquí y no nos sirva de nada. Obviamente, esta división no es siempre tan clara y perpetua, y en ella existen los matices extremos, oscilando entre las vacaciones forzadas y la última catástrofe mundial. Es verdad que hay personas que, por su condición económica, no pueden permitirse una semana de “estar encerrados en casa” ni menos un mes, pues el taco se gana todos los días. Allí yace mi preocupación más profunda, pero la oportunidad segura. Es mi opinión que esta crisis nos hará ver con claridad y perspectiva la urgencia inmediata de las clases sociales más expuestas, si es que nos entonamos a la realidad del momento.
Pero para los afortunados que podemos permitirnos estar en casa por un par de semanas (o meses), la pregunta persiste. ¿Qué deberíamos estar haciendo con nuestro tiempo?
Apenas entre en confinamiento obligatorio, me di a la tarea de investigar, preguntar a las personas que más admiro y reflexionar acerca de las medidas humanas que podemos tomar. Más que encontrar actividades para mantenernos ocupados, adormeciendo en ocasiones los sentidos y buscando llenar el tiempo, las actividades son la aglomeración de lo que nos hace humanos, criaturas sociales.
Cocinar: tomar este tiempo para experimentar con platillos nuevos e incluir en el proceso de creación a los seres queridos, ya sea que ayuden a preparar o platicando por videollamada.
Crear: Retomar aquella actividad que hemos dejado olvidada por falta de tiempo: meditar, dibujar, componer una canción, escribir un poema, comenzar un blog, escuchar las canciones de antes o después (aquellas que ya habíamos olvidado), leer de todo y dejarse perder en el arte y la creatividad humana como lo hemos hecho por siglos, en la historia de la civilización.
Conectar: Realizar un mapa social y conectar con las personas que son parte de nuestra vida o fueron en algún momento y no habíamos tenido la oportunidad o la excusa para hacerlo. Tener esas conversaciones críticas que siempre hemos querido tener con nuestros padres y seres queridos, eliminando lo superfluo y con toda la vulnerabilidad del mundo, preguntarles lo que nos da miedo y en ocasiones incluso preguntarnos a nosotros mismos. Lo increíble de la tecnología, aquella que al inicio nos separó, ahora se nos presenta como la herramienta para la conexión. Si estamos “encerrados” solos y tenemos esa tendencia de pensar que nadie nos quiere o no importamos, realizar voluntariado y no “encerrarse” en uno mismo, pues aunque sea así y nadie nos quiera, seguro hay gente que nos necesita.
Recordar: Tomarse el tiempo para redescubrirnos y preguntarnos: ¿Cuál es nuestra historia hasta este punto? Realizar un inventario interno. Reconocer quiénes somos cuando lo superficial se elimina, desaparece. Para esto es importante tomar un poco de tiempo, movernos, caminar y no adormecer los sentidos con alcohol, contenido digital, comida o lo que funcione para escapar de la realidad. No tener el virus no es lo mismo que ser sano o pleno.
Aprender: suscribirse a los cursos en línea que nos interesan y hacer las actividades que hemos postergado hasta ahora. Un nuevo idioma, una certificación o lo que, útil o no, forme parte de quienes somos.
Obviamente, hay actividades que tienen urgencia e importancia inmediata e irrelevante de la pandemia, en el hogar y en lo personal: pintar la casa, hacer cuentas y revisar las finanzas, estudiar para el examen, en fin, la vida que continúa. Esto no debería detenernos para encontrar el tiempo y realizar actividades que tienen un significado más profundo, para nosotros y para con los demás.
Sin embargo, si no se puede hacer nada de esto ni ayudar a los que necesitan debido a nuestra condición de salud o de paz, recordar que está bien también. Está bien no poder hacerlo todo, y bastará con apreciar las pequeñas cosas, no inundarse en el pánico y sentir que siempre, pero más en este momento, somos uno mismo.
¡Ánimo!